El Urbanito

Crónicas de lo que sucede alrededor nuestro y eventualmente de lo que sucede en mi interior.




Pendejo y medio

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Cuando por fin bajamos a la quebrada donde esta ubicada la ciudad de Huamanga comencé a revisar todas las fotografías mentales que tenía aún almacenadas de la ciudad y en realidad de toda la región. La conocía al dedillo por una larga estadía que duró casi todo 1989, la revisité en plan romántico en 1997 y luego de 11 años ponía pié nuevamente en un lugar que guarda un atractivo especial por todo lo que significó en mi entendimiento de la realidad del país. No sé si a ustedes les pasa lo mismo pero a mí me parece que los lugares que han sido sede de acontecimientos importantes desarrollan una suerte de vida propia que los hace diferentes a otros sitios anodinos. Uno visita Arequipa, Cuzco o la misma Huamanga y siente que esta en un lugar en donde la vida ha dejado su impronta. Igual si uno va a New York, Boston, Berlin o Paris. Cosa que no sucede con otros lugares, digamos, Miami. Mañana movemos la ciudad a alguna isla del Caribe y nadie reclamaría que se estan llevando un pedazo de historia de USA.

Volviendo a Huamanga uno encuentra que a pesar de la pacificación y la “modernidad” algunas cosas se resisten a cambiar. La desconfianza hacia el capitalino, el doble discurso de autoprotección que se maneja a todo nivel y el recelo hacia otras provincias aledañas, todas, taras consuetudinarias que parecen decididas a quedarse siempre. Felizmente, algunas cosas buenas subsisten: Quinua sigue siendo un modelo de pueblo, la plaza de armas de Huamanga no ha sido ametrallada por alcaldes ambiciosos o negociantes filibusteros, los hornos tradicionales botan chaplas a toda hora del día y la carne, aunque pareciera haber sido cortada con palos la venden a precio de ganga. Y como lo comprobaría más tarde Ayacucho sigue produciendo a los mejores guitarristas vernaculares de todo el Perú, gente que no conoce de tundetes ni florituras pero que le saca a las cuerdas y a las maderas melodías que a uno le escarapelan el cuerpo.

Una vez instalados con todo el grupo que había viajado dispusimos el orden de los cuartos. Debido a que el hotel se encontraba completamente lleno fui ubicado junto al Big Boss y al periodista de la empresa en una habitación triple. Usualmente prefiero alojarme solo pero ante la coyuntura hice de tripas corazón y me ubiqué sin chistar en el espacio disponible. Don Rubén, el Big Boss, se ubicó sorprendentemente en la cama más pequeña dejándome la más grande a mi disposición.Mientras se iba cambiando comenzó a hablar solo mirando distraídamente al techo:

- Jimmy, no hagas pendejadas ni des malos ejemplos, regresa temprano al hotel y nada de borracheras.

- No se preocupe Don Rubén, estaré temprano de vuelta.

Los miré con sorpresa. El mensaje no iba para mí,tanta confianza no tengo con el Boss. Igual no me dejó de causar sorpresa el aviso, la última vez que escuché de cerca esas palabras fue a mi viejo hace ya muchos años. Aunque si analizaba a mi acompañante creo que calificaba para la advertencia, es un buen tipo y trabaja duro pero en Huamanga el se siente como pez en el agua además de tener un conjunto estable de amigas, enamoradas, plancitos y “trampolines”. Agréguenle los buenos tragos que se toma y como diría el chato Barraza es un tipo “completito”.

Salimos con Jimmy a revisar todos los detalles para el evento del domingo. Caminando por las interminables subidas y bajadas de Huamanga me siento un extraño a pesar de la familiaridad de ciertos lugares. La ciudad sigue siendo básicamente la misma, un espacio donde se siguen privilegiando las formas y la manera de decir las cosas sobre los temas de fondo. Y aunque el miedo que imperaba durante los años de terrorismo ha dejado de ser evidente uno nota que más que desaparecer ha sido reemplazado por otro actor que no por silente deja de ser menos peligroso: el dinero del narcotráfico. Autos chirriantes, discotecas por doquier, aparición de nuevos prostíbulos exclusivos y dinero fresco en cajones que llega desde el VRAE, todos los síntomas de ciudades como Tocache o Uchiza parecen haberse asentado en una ciudad que no ha terminado de salir de un problema para empezar a dirigirse a otro apresuradamente.
Acabada la chamba decidimos ir a comer algo. Me recomiendan una pizzería capitaneada por una argentina y el tip funciona a la perfección. Sazonado por el vino que pedimos Jimmy empieza a corporizar a todos los demonios que tiene en precaria custodia.

- Y que hacemos en la noche?

- Pasar revista a las 10 para ver si todos los jugadores duermen.

- Me han invitado a la celebración del Señor de las Caidas, esta es su semana jubilar.

No soy muy difícil de convencer para salir a ver algo nuevo, más aun si es de noche. Sobretodo cuando la imagen que tengo de la ciudad nocturna se reduce a un par de procesiones en semana santa y al toque de queda eterno que viví durante el 89. Salimos de nuevo a caminar y Jimmy ya esta transformado por completo, podría jurar que el olor a azufre lo delataba a un kilómetro. Se desliza con una sonrisa indeformable, saluda a chicas que asienten con risas o guiños cómplices, abraza a varias personas que encuentra en el camino, si le pudiese colgar un blin blin del cuello lo convertiría fácilmente en la versión huamanguina de Daddy Yankee. Llegamos al lugar de la celebración, una calle lateral en cuesta y adyacente la Plaza de Armas que ha sido cerrada con tres fogatas inmensas y esta totalmente copada por un estrado musical, sillas para el descanso de los bailarines, una primorosa anda que carga con la efigie del santo de marras y una fila interminable de bidones repletos de “curado”, mezcla de aguardiente con una indescifrable mezcla de hierbas. Somos calurosamente recibidos por los organizadores -amigos de Jimmy- y sin pensarlo mucho ya estamos bailando un poderoso huaino local:

- Le choca mucho la altura?, me pregunta cándidamente mi pareja eventual.

-La verdad que no, solo que hace tiempo no bailaba un huaino cuesta arriba.

El huaino y yo no somos amigos. En concierto el desencuentro es dramático puesto que se hace interminable.Para no pasar de malcriado me pongo a conversar en la pausa con los músicos y les pido una canción ayacuchana. Se despachan con una canción que todos los hombres cantan apasionadamente y las mujeres acompañan con algunos lagrimones. Un pueblo que canta y llora, ese es Ayacucho.

Miro el reloj y son 5 para las 12. En cualquier otra circunstancia me hubiera quedado pero estoy a cargo de un grupo y existen ciertos códigos a respetar. Busco a Jimmy y ya le esta vendiendo la Pampa de Quinua a una ayacuchana bien despachada. Le hago una seña de retirada y me mira con una sonrisa desganada, como diciendo” anda nomás huevón”. Bueno pues, me despido de los amables anfitriones y enrumbo al hotel. Al entrar al cuarto veo que la cama de Jimmy esta ocupada por Don Rubén. Me pregunta por Jimmy. Le digo que no lo he visto mientras me acuesto rápido haciéndome el distraído. Sin mucho convencimiento lanza como despedida una frase lapidaria:

- Ya va a ver ese borracho de mierda.

Me cuesta mucho dormir en una cama que no es la mía. Me ha pasado siempre. Debería sentirme bien por el solo hecho de dormir solo, me encanta la soledad pero curiosamente solo la disfruto cuando estoy en casa. A pesar de eso estoy tan cansado que me duermo casi de inmediato. Y lo hago con mil imágenes de todo tipo en la cabeza. Actuales, pasadas, agradables, horribles, Ayacucho es un conglomerado de colores y sensaciones que siempre te acompaña doquiera que vayas. Cuando estaba en algun tipo de tránsito escucho abrirse la puerta y entrar a Jimmy a los tumbos. Pone sus zapatos a un lado y empieza a desvestirse mientras se dirige a su cama y cuando la ve ocupada comienza a susurrar:

- Jorgito, ándate a tu cama pues

Al escucharlo traté de reaccionar pero estaba demasiado dormido. Y para Jimmy empezaba a hacerse demasiado tarde:

- Cholito, andate a tu cama pues carajo.

Nadie le respondía. Cuando quise reaccionar ya fue demasiado tarde:

- Jorgito, sal pues. Muévete de una vez conch…….e que me cago de sueño!

El cuerpo inmóvil que miraba a la pared se incorporó y la oscuridad no me dejo ver la cara de espanto de Jimmy aunque fue una caja perfecta de resonancia para Don Rubén:

- Borracho apestoso, fuera del cuarto somierda!

Jimmy salió disparado del hotel sin zapatos y agarrando su pantalón con la mano mientras Don Rubén se reía como una criatura que acaba de cometer una soberana pendejada. Imaginaba a Jimmy en calzoncillos y sin zapatos corriendo por las calles de Huamanga y me comencé a reír como un idiota sin parar, la desgracia ajena no solamente provoca empatía o conmiseración, en casos como este la risa es una consecuencia inevitable.

No supe nada de Jimmy por una semana. Luego reapareció por la fábrica y al parecer ya lo perdonó Don Rubén. Pendejo él, lo ha absuelto luego de contarle la historia a todos los periodistas ayacuchanos, al personal de la fábrica en Lima y a todos sus amigotes apenas se empieza a tomar un par de tragos. Ya estamos comenzando a preparar los viajes para Huancayo y Cajamarca y Jimmy se ha comenzado a frotar las manos pensando en las juergas que se le vienen. Algo me dice que lo mejor esta por venir.


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