El viernes antepasado a mediodía me encontraba caminando en Barranco. Había salido de una reunión y cruzaba el parque central para sentarme un rato en Juanito. A veces sentarte en ese viejo y querido bar a mitad de jornada es una manera agradable de detener el tiempo y divagar acompañado de un sabroso sándwich sobre cualquier tema que nos ronde por la cabeza. Y si no hay mucha gente uno puede quedarse un buen rato hablando con alguno de los hermanos Casusol sobre el tema del día, los resultados del fútbol o la inmortalidad del mosquito anófeles. Conversar sin prisa en estas tardes húmedas me gusta mucho desde el momento en que es pretexto para encender un cigarrillo, respirar brisa marina cargada y beber algun licor que calienta la garganta y el ánimo. Siempre me ha gustado el invierno así se trate de nuestra mediatizada versión limeña. Será que siempre he considerado a un invierno crudo como una mejor escuela de vida que cualquier verano complaciente y relajado.
Cuando me disponía a ingresar al bar con la mirada embelesada sobre la vitrina de jamones, asados y otros fiambres sonó el impertinente aparatejo. Al otro lado, la voz de una persona amiga con la que no hablaba hace tiempo. Luego de los saludos de rigor y cuando me disponía a hacer un comentario sarcástico sobre una anécdota compartida me interrumpe para comunicarme una mala noticia. Frau Edith Walter, mi indestructible e inolvidable profesora de alemán había fallecido a los 93 años la noche anterior, la velaban en privado y la cremaban esa misma tarde para llevar sus cenizas a Alemania adonde residen dos de sus hijos. Esta amiga me llamó pues sabía que a pesar que no la veía muy seguido Frau Walter había sido muy importante no solo en la enseñanza del alemán como 2da lengua sino que había representado para mí y algunos de mis compañeros de clase a una persona decisiva en nuestra formación personal y profesional.
Cuando colgué el teléfono me senté en una de las mesas del bar y me pedí una cerveza muy fría. No estaba triste, tampoco apesadumbrado, me sentía más bien invadido de una nostalgia abrumadora por el tiempo transcurrido desde la primera vez en que tuvimos la oportunidad de conocer a esta profesora. Y me remonté al año 1980. Me aprestaba a iniciar el 3ero de secundaria y mi madre se apareció en la casa con una propuesta tan desconocida como tentadora. Ella trabajaba en el Ministerio de Educación como contraparte peruana de un proyecto de educación técnica en donde el Gobierno Alemán apoyaba la implementación de escuelas técnicas en todo el país. Y los alemanes habían empezado dando el ejemplo instalando una ESEP para los que cursasen 3ero de Secundaria y estuviesen interesados en completar la secundaria y hacer un año más de educación técnica terminando con un título a nombre de la nación y que te permitía trabajar a nivel técnico o seguir (con una base más amplia y sólida) estudios universitarios. El plus que te ofrecía este Instituto era la calidad de los profesores, las magníficas y novísimas instalaciones (lo habían hecho a todo trapo) y la enseñanza del alemán que te permitía acceder al término de los estudios y previo examen a una certificación oficial de aprendizaje de ese inextricable idioma. La propuesta era que mi hermano mayor y yo (que cursábamos el mismo año) nos presentásemos a un examen de admisión para la sección peruana. Habían cuatro secciones más que ya estaban copadas por los alumnos del Humboldt y el Instituto le ofrecía la posibilidad a alumnos de colegios peruanos de dar examen de ingreso para armar una sección con 30 vacantes. Luego de una serie de exámenes salió la lista de ingresantes y comencé una etapa que cambió mi vida a nivel personal y profesional. Conocí a mis mejores amigos, estudié en un ambiente académico exigente con profesores de primer nivel y tuve la oportunidad de aprender un idioma y acceder a una cultura diferente en todo orden de cosas a la nuestra.
Obviamente no todo era color de rosa. Aprender alemán sin ninguna noción previa a los 13 años es como tratar de hacer surf sobre un mondadientes: muy pero muy difícil. Las reglas del juego eran claras. Uno podía tener notas extraordinarias pero si desaprobaba alguna materia como castellano, matemáticas o alemán no podíamos ser promovidos de año. Y habida cuenta que ibamos a ser la última promoción del Instituto equivalía a salir por la puerta falsa y regresar a nuestro colegio de origen totalmente arrepentidos y con el rabo entre las patas. Recordé mientras sorbía mi cerveza el primer día de clases. A las 07:25 de la mañana se cerraba la puerta de ingreso y las 07:30 de la mañana hacía su aparición el profesor del primer curso. Coincidentemente, aquella mañana tendríamos nuestro encuentro con las 3 materias cruciales del primer año. Primera lección: Los alemanes no inventaron el reloj pero son sus más fieles seguidores. A la hora señalada se apareció el profesor de Matemáticas, Herr Ulrich Lachenmeier. En un castellano masticado nos saludó con un sonoro GutenTag! (buenos días) ,escribió su nombre en la pizarra y arrancó su clase hablando un 80% del contenido en castellano y un 20% en alemán. Con una mirada callaba a los inquietos y la clase era seguida religiosamente, nadie quería perderse la explicación de los términos en alemán:
- Cuñadito, que significa “ruhe bitte” (silencio por favor)
- Significa que te calles cojudo que ahorita el alemán te bota por la ventana por chonguero.
Y asi pasamos con alivio las primeras dos horas, comentando lo bien que explicaba las matemáticas y lo pésimo que hablaba el castellano el buen Ulrich. Siguiente clase, Lengua I con Rafo León quien a la sazón era nuestro tutor. Todas las chicas de todas las secciones suspiraban unánimemente al verlo pasar. Hoy se le ve en “Tiempo de Viaje” algo canoso, de andar pausado y con ojos distantes que observan y muestran una cara diferente del Perú. Hace 25 años (un cuarto de siglo, casi me atoro con la cerveza, me tuve que pedir otra cuando asumí ese “choque” de tiempo) con menos canas, más brillo en los ojos y muchos bríos y ganas de hacer cosas nuevas Rafo era una suerte de objeto del deseo entre las féminas. Para nosotros era un hermano mayor que nos enseñó el significado de lo que escribíamos y leíamos y que nos desasnó al hacernos entender que Saussure no era el equivalente francés de Sausage. Cada vez que tenemos la oportunidad de coincidir en algun lugar público y una vez que hemos terminado con las preguntas formales de rigor de alguna manera u otra recordamos aquel tiempo en el que aprendíamos, coexistíamos y nos soportábamos de manera armoniosa y distendida.
En la 2da pausa comenzamos a respirar con tranquilidad, ya habían salido dos cucos del armario y nos relajábamos observando a las chicas de otras secciones. Las chicas de nuestra clase (Técnicas de Laboratorio) no eran las más agraciadas puesto que era una rama de ciencias. Las chicas guapas estaban en Artes, Comercio Internacional y Traducciones. Comprendimos que si queríamos seguir disfrutando de este oasis de educación de calidad, aulas modernas, vegetación cuidada y chicas bonitas teníamos que pagar un precio alto. Las Matemáticas y el Castellano eran obstáculos sorteables pero…el alemán???? Nadie sabía una pizca del idioma, con las justas masticábamos algo de inglés y ya habíamos tenido algunos problemas prácticos con la señalización de algunos lugares que estaba en alemán:
- Cual es el baño de hombres, el que dice “Maedchen”(Mujeres) o el que dice “Herren”(Señores) .
- Mejor espérate a que alguien entre.
- Me orino loco, Maedchen debe ser por machos no?
- Ni idea choche.
Un grito descomunal de “Fuera mañoso!!!!” nos enseñó la diferencia para siempre entre hombres y mujeres. Si ir al baño en alemán era complicado llevar 7 horas semanales de ese curso parece que sería nuestro Calvario durante los próximos 3 años.
Todos fantaseábamos acerca de la profesora de alemán. Solo sabíamos que era “la Sra.Walter” como nos lo había anunciado Rafo. Algunos decían que era de seguro una rubia espectacular con pinta de aeromoza de Lufthansa y con unas piernas torneadas e interminables. Otros, más resignados, decían que iba a ser una mujer gélida y circunspecta y que seguro era la hija de algun jerarca nazi que se había fugado a Sudamérica. En esas estúpidas divagaciones andábamos cuando hizo su aparición la Sra. Walter. Una señora de casi 70 años que más se parecía a Sara García, aquella legendaria abuelita buena del cine mexicano de antaño que a la azafata de Lufthansa de nuestros sueños.
Entró, inclinó la cabeza a manera de saludo y sonrisa en ristre escribió su nombre en la pizarra:
FRAU EDITH WALTER.
Un patita que no duró más de seis meses en la clase se paró como un resorte y levantando la mano preguntó sin ruborizarse:
“Señora Frau Gualter, Ud. va a ser nuestra profesora de alemán?”
Dando la primera muestra de su inagotable paciencia le pidió que se siente, le confirmó que iba a ser nuestra profesora todo el año y le dijo que no debía decir “Sra.Frau,” pues Frau significaba señora en alemán. Además que su apellido no se pronunciaba “Gualter” sino “Valter”.
- O sea que se llama Walter, se dice Valter y no se debe decir Gualter? Ya nos jodimos, nos van a jalar a todos en alemán., puta madre, imagínate como se dirá “ornitorrinco” en alemán? bramaba mi compañero de carpeta.
- Como se va a jalar a alguien la vieja si tiene pinta de ser más buena que el abuelito de Heidi? respondí yo, el eterno optimista.
Y comenzó nuestra primera clase de alemán. Saludos, pronunciaciones, pronombres, explicaciones en español salpicadas con sentencias cortas en alemán, chacota al ver los tartamudeos en los que todos incurríamos al leer algunos pequeños diálogos, la clase a pesar de lo complicado del idioma era sumamente divertida. Frau Walter tenía mucha paciencia y sabía como desmadejar nuestras tribulaciones iniciales. Nos hacía cantar como chicos de Kindergarten, nos explicaba en forma lógica la estructura gramatical del idioma y nos decía que aprender bien un idioma nos iba a servir toda la vida. Con ella aprendimos que el señor “Webber” no se llamaba “Gueber” sino “Vebber” y que además no tenía que ver nada con el hueveo como algun despistado pudo haberse imaginado en algun momento. Nos despercudimos de prejuicios al aprender que no todos los alemanes habían sido nazis y que en las guerras al final todos pierden, Nos conversaba mucho y siempre 5 minutos antes de terminar cada clase nos hablaba sobre sus experiencias de vida. Recordaba nítidamente su infancia al término de la 1era guerra y nos contaba como en épocas de carestía una naranja era distribuida entre todos sus hermanos salpicando sus reflexiones finales con aforismos de Goethe, Schiller, Heine o refranes populares relacionados con lo que acababa de decirnos. Relataba sus penurias en la época de Weimar sin amargura ni rencor, quería en realidad que supiésemos lo afortunados que éramos de poder estudiar sin estrecheces ni incomodidades. Creo que no sabíamos lo privilegiados que éramos de poder tener como profesora a una persona que había visto al mundo en todas sus facetas buenas y malas. Profesora en Alemania, enfermera en China, trabajadora anónima a la hora de reconstruir su país de las ruinas y peruana por adopción desde el momento en que bajó del barco que la transportó desde Hamburgo para quedarse para siempre; Frau Walter era una persona que había sobrevivido decenas de bombardeos, dos guerras, varias crisis de diversa índole y sin embargo no reflejaba pesar ni amargura en sus comentarios. Era fundadora de la 2da etapa del Colegio Humboldt en el Perú y varias generaciones de alumnos habían desfilado por sus clases. Y a punto de cumplir 70 años mantenía esa vitalidad desbordante que supo compartir con infinidad de alumnos a quienes recordaba con nombre y apellido a pesar de los años transcurridos.. Esa pasión por enseñar y compartir, ese genuino interés pedagógico no solo por ver una lección aprendida sino por tratar de convertirnos en base a la persuasión y al convencimiento en mejores personas. Ese espíritu de maestro que parece extinto en nuestros días y que trasciende el campo académico y que abarca el campo personal, formativo y ético de cada individuo.
Cuando estábamos en el último año de clases todos nuestros cursos con la excepción de uno que otro curso de especialidad y castellano eran dictados en alemán. Habíamos logrado desarrollar cierta habilidad en el manejo del idioma y podíamos escribirlo, leerlo y hablarlo en forma bastante fluida. Sin embargo nuestra indisciplina era incontrolable y el director alemán dictaminó que como castigo no ibamos a dar el Sprachdiplom I que era el examen final de alemán que se debía dar para un nivel como el nuestro. Eso no pareció afectarle a una buena parte de la clase, muchos teníamos en efecto la cabeza concentrada en fiestas, la inminente universidad y en acabar con las maratónicas clases de especialidad que podían durar todo el día. En ese contexto Frau Walter volvió a demostrar que lo suyo era diferente. Se disculpó ante la clase por no poder tomar el examen – el colmo, se disculpaba ante la sarta de sinvergüenzas que una semana antes había sido causante que un globo con agua la impactase accidentalmente- y dijo que ella podía sugerirle una alternativa a los que tuviesen interés real en hacer el examen “Weil mann nie weiss wann eine fremdesprache benutzen wird” (“Porque uno nunca sabe cuando va a utilizar un idioma extranjero”, esa era su famosa frase).
Con dos amigas y un amigo la buscamos al final de la clase y nos dio toda la información necesaria para aplicar al examen vía el Instituto Goethe. El día de la graduación me despedí especialmente de mi profesora de Laboratorio Químico (una argentina extraordinaria que me enseñó a no ser vago) y como no, de Frau Walter. “No dejes de estudiar alemán, vas a ver que algun día te va a servir”. Le hice caso, me matricule en el Instituto Goethe, dí mi examen y 3 años despues postule a una beca para estudiar 4 meses el idioma en una de las sedes que el Instituto tiene a lo largo de Alemania. Cuando fui a recoger mis pasajes y mi acreditación un día antes de la partida le agradecí al director la oportunidad y me dijo en forma educada y directa:”No me agradezca a mí, agradézcale a la primera profesora de alemán que tuvo la cual no solamente le enseño bien el idioma sino que lo recomendó especialmente cuando le pedimos referencias sobre Ud.”.
Casi me caigo de espaldas. Frau Walter había sido preguntada por mis méritos como estudiante y a pesar que ella sentía que nuestro grupo no había aprovechado todas sus enseñanzas a cabalidad me había recomendado de sobremanera para un viaje que en definitiva cambió mi vida, mis expectativas y mis manera de ver el mundo. Por alguna razón solo nos volvimos a ver esporádicamente y nunca tuve la oportunidad real de agradecerle la recomendación que había efectuado.
Una década despues la encontré en una de las clásicas reuniones de la ADECH. Ya tenía 83 años y a pesar del tiempo transcurrido me recordó de inmediato, me preguntó por algunos amigos y se intereso por las cosas que hacía por la vida. Cuando le dije que gracias al idioma había podido conocer a mucha gente, varios países y que me había servido para los negocios que estaba haciendo me puso una mano en el hombro y me dijo “Tienes un don para los idiomas y de alguna manera tenías que aprovecharlo, solo te hemos dado un empujoncito”. La abracé, le prometí que nunca me iba a olvidar del idioma y tan solo la volví a ver en una actividad del colegio realizada hace dos años adonde había ido llevando al Panzón. Se emocionó de saber que el enano estaba en la clase A y con un guiño cómplice me dijo con su castellano masticado de siempre: “Ya ves, ahora vas a poder hacer las tareas con tu hijo, te dije que el idioma te iba a servir toda la vida”.
Me pedí una 3era cerveza e hice un brindis imaginario por una profesora a la que no solo debo el conocimiento de un idioma sino también el haber abierto muchas puertas y ámbitos a los que nunca hubiese podido acceder. Hice otro brindis por la persona que había dentro de esa profesora y que nos transmitió sus ganas de vivir, su voluntad irreductible y su vano afán de convertir una pandilla de imberbes bellacos en ciudadanos útiles y sensibles.
Dicen que no hay héroes individuales en fracasos colectivos. Pero quisiera decirle a Frau Walter que de los 25 alumnos que tuvo dos se han dedicado a la docencia del alemán (dos de las chicas), uno de los más estudiosos es un reconocido profesional en Vodaphone de Alemania y que el más burro e indisciplinado del salón (Heinrich) -que a la sazón era el peor alumno de alemán- es ahora un diligente funcionario de una compañía austriaca y reside en Viena donde habla perfectamente…el alemán.
El resto puede que se haya olvidado del idioma Frau Walter. Pero créame que nunca se van a olvidar de Ud., eso téngalo por seguro. Los buenos maestros, al igual los conocimientos sólidos, nos acompañan toda la vida.