Crónicas de lo que sucede alrededor nuestro y eventualmente de lo que sucede en mi interior.
Hace unos días Jessi comentaba acerca de las cosas que le cuesta desechar y que en determinadas épocas le atiborran el closet. Confesé en su blog que era un cachivachero consumado en oposición a mi estimadísima Putzteufel , devota de las razzias anuales que dejan los closets y armarios de Florian completamente vacíos de lo que no se necesita o esta en desuso. Interesante como nos vamos conociendo por este medio y la forma en que delineamos nuestras preferencias, fobias, temores y manías. Y como el conocernos más solo nos provoca mayor curiosidad por saber más acerca de nuestros blogo-amigos.
La ultima parada de este revisionismo existencial eran un par de cajones donde almaceno fotos sin archivar,documentos de estudio y cartas personales. Si, antes las fotos no existían en nuestras pantallas sino en papel Kodak o Agfa. Y cuando el e-mail era una quimera de agencias secretas la gente se escribía o se enviaba faxes. Allí estaban, en dos cajas de zapatos, varios sobres repletos de fotos ,cartas, faxes y tarjetas de todo tipo. Certificados,algunos diplomas, un par de títulos (ninguno me sirve por eso ni los cuelgo) ,cartas de amor escritas a mano con diferentes destinatarias y remitentes, faxes de amor casi ilegibles y papeles que en su momento eran más importante que el acta de independencia y hoy no pasan de relleno reciclable de tacho.He prometido varias veces clasificar y depurar este precario archivo (de nada me sirve por ejemplo mi certificado de mi primer matrimonio y sus 5 copias,lo único que me sirve hoy en día es la resolución de divorcio) pero hay algo que siempre me frena para cumplir ese cometido. Como si involuntariamente me provocase un cargo de conciencia el interrumpir la vida retirada y parasitaria de todos estos cachivaches.
Algunos explican esta poca disposición a eliminar los cachivaches recurriendo al fácil expediente de la flojera. Otros argumentan que cuando uno ha sufrido algunas estrecheces en ciertos momentos de la vida es menos propenso a desechar cosas. Confieso que califico para ambos puntos de vista aunque tengo una tercera explicación que a la larga es más fuerte y valedera:me da pena botar cosas. Veo la ropa de baño vieja y recuerdo dias de sol y playa, observo una maleta rota por los 4 costados y la recuerdo flamante y llenecita de presentes atravesando a mi lado alguna sala de aeropuerto. Ni que decir de los papeles personales ,de los recuerdos o regalos inservibles que no uso para nada pero me hacen sentir el afecto de las personas que me los entregaron.
Tendré que aprender a desprenderme de los objetos que ya no tienen ninguna utilidad. Aunque eso conlleve olvidar muchas de las cosas que me hacían recordar con solo verlas de nuevo. Mejor voy empezando ,no vaya a ser que algun voluntarismo doméstico se tome la atribución de hacerlo por mí y me terminen dejando sin objetos ni recuerdos.
Ayer (jueves) recibo una llamada de mi socio para decirme que esté atento a su llamada desde Madrid “pues es muy importante que plasmes en un documento el resultado de la reunión que voy a tener. No te comprometas a nada, cancela todo por favor y solo espera mi llamada o SMS. Y no te la pases hablando, necesito que me contestes en una compadre”. En realidad no tenía mucho que hacer, algunas llamadas, varios correos y una que otra coordinación, los días pesados en nuestra ocupación son miércoles, sábados y domingos, todos los otros días te preparas para los tres antes mencionados. Una vez que revisé y envié toda la correspondencia electrónica (con la respectiva blogo-hueveadita) tenía que pensar en que podía hacer mientras esperaba
Salí a las 10 de la mañana y decidí irme caminando hasta el centro comercial. Son unas 6 cuadras (cuadras interminables de
Sin pensarlo demasiado ya estaba haciendo mi cola (si, no soy el único huevero en Lima que no tiene nada que hacer un jueves al mediodía) en el cine junto a una veintena de personas en donde además de algunos colegiales vacacionantes y vaqueros había una gran mayoría de personas que deseaban pasar desapercibidas. Dos o tres visitadores médicos que se apresuraban en poner su teléfono en modo silencioso, un repartidor de correspondencia con una gorra para que no lo identifiquen “in-hueveanti” y varias personas más con pinta de vendedores y oficinistas que de seguro eran fans de Peter Parker. Lo más gracioso era la distribución de los espectadores, no éramos más de 50 pero todos se habían repartido como para estar separados por lo menos 10 metros entre sí. Nadie quería verse invadido en su privacidad y todos se miraban de alguna manera u otra recelosamente, parecía que nos aprestábamos a ver una porno en un cine de barrio y no al inofensivo Spider-man. No me di por aludido y compré mi canchita con coca cola, vago y conchudo encima.
Mi reseña de la película la pueden ver aquí. Cuando esta terminó el teléfono seguía sin recibir la tan esperada llamada. Chapé un taxi y sin preguntar cuanto le dije que me lleve a
Gracias a la amabilidad de la dueña y de los mozos me pude quedar casi hasta las 6 de la tarde en
Tampoco hay pereques, pachangas ni cuchipandas los jueves. Estos son más bien tranquilos, con bastantes horas libres que en este caso se han consagrado a
Ya en la ruta de regreso a la casa recibo un SMS, la noticia tan esperada:”Compadre, disculpa, acabamos de regresar de cenar y recién mañana cerramos todo, ya te aviso”. Respiro aliviado pues no tengo ánimos de escribir ni hacer nada. La casa esta en orden, los chicos ya se van a ir a dormir y N me pregunta como siempre:”Y que tal tu día?”.
Con el olor del mar que no me ha dejado aún respondo de la manera más tranquila:
-Creo que bien, los jueves siempre son de puta madre.
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