A las 6 de la mañana se respira un aire frío y húmedo en las calles capitalinas. Una brisa ligera y acuosa, que se introduce invadiendo sin permiso todos los rincones de nuestro cuerpo. Si los vientos y la temporada de pesca coinciden, nuestro primer golpe olfativo será un fuerte olor a harina de pescado, así nos encontremos en el lado este de la ciudad. Si la temperatura es muy baja, respiraremos aire con un 98% de humedad, una costumbre perniciosa a la que de una forma u otra nos hemos terminado amoldando. Y dependiendo de la intensidad del invierno, a esa hora todavía hay poca luz y hay que tener cierta fuerza de voluntad para despegarse de las sábanas y salir a las calles húmedas y resbalosas, sea cual fuere la motivación que lo lleva a uno a dejar la tibieza y comodidad del lecho.
A pesar de estos pequeños y benignos inconvenientes – minúsculos si se les compara con las características invernales de otros países con estaciones más marcadas – salir a la calle tan temprano guarda algunos atractivos particulares que muchas veces no son debidamente apreciados por la gente. Para empezar, la ciudad deja su aspecto hostil y se convierte en una suerte de anfiteatro tranquilo, silente y bastante más amable que cualquier otra hora del día. Gente muy tranquila y poco estridente recorre las calles principales desarrollando oficios, empleos temporales o saliendo de turnos vespertinos que acaban de finalizar. Obreros de limpieza, policías somnolientos, combis escasas y semivacías, empleados de casinos, operarios de fábricas, canillitas y kioskeros, trabajadores de mercados, vendedores ambulantes y una diversidad de gentes que se dirigen a destinos disímiles y tempraneros. Observarlos provoca en uno sensaciones encontradas. Una de ellas, la sobrecogedora y aburguesante tranquilidad de saber que uno no tiene que levantarse temprano salvo que sea para hacer deporte, privilegio dudoso y uno de los escasos beneficios de los que gozamos los que trabajamos por nuestra cuenta.
Hacía mucho tiempo que no salía a la calle tan temprano. Generalmente, a esa hora ya estoy sentado frente a la pc, haciendo llamadas, contestando correos y organizando la agenda del día. Luego surfeo, bloggeo, skypeo, para hacerla corta, hueveo, por un par de horas, antes de salir a cumplir con la agenda previamente organizada. Pero desde la semana pasada sentía que debía entregar mi cuerpo a alguna adicción nueva. Debo confesarlo, mi naturaleza es adictiva a lo que me provoca placer y por ende a los estímulos que lo generan. Con excepción de las drogas, he sido un adicto a diversas actividades y estímulos a los que me he entregado apasionadamente en distintas épocas de mi vida. Adicto a la lectura en la niñez, al fútbol en la adolescencia, al sexo durante la Universidad, al alcohol y al cigarro en distintas etapas, al trabajo durante toda la década de los 90’s, a la timba ocasionalmente, siempre he encontrado alguna suerte de nuevo credo que me ha llevado al límite de mi resistencia mental o corporal. Y he disfrutado al máximo y visceralmente en cada una de estas etapas el poder comportarme como el talibán más fanático de la religión personal de turno.
Para ponerme a tono con los tiempos, decidí dedicarme a hacer un poco de vida sana y escoger alguna adicción no-perniciosa .Ya había empezado hace un par de semanas bajando el consumo de cigarros y el moverse un poco tratando de alimentarme mejor no era una mala idea dentro de todo. Asi que el domingo en la noche le regalé al vigilante el contenido de mi lata del Hombre Araña, uno de los secretos mejor guardados en casa. Una de esas latas promocionales que regalan en los cines y que todo el mundo cree vacía pero que esta repleta de ositos de Haribo, gomas Ambrosía, chocolate blanco Ritter, galletas revestidas de chocolate y toffees de la Ibérica. Cosas que compro habitualmente y almaceno en forma disciplinada cada vez que regreso del supermercado y consumo generalmente en las noches, cuando ya todo el mundo se durmió y comienzo a dar vueltas como un poseso alrededor de la casa y de la pc. Medio somnoliento, se sorprendió al verme en pijama con la lata de marras:
-Don J, seguro que los chicos se han portado mal y les ha quitado las golosinas.
-Son mías carajo, agarrelas antes que me arrepienta.
Primera e imprescindible tarea cumplida. La segunda tarea era levantarme tan temprano como fuese posible el lunes a fin de empezar un sistemático plan de reacondicionamiento físico. Lo hice a las 5:45 a.m., desempolvé el short, las medias, el sweatshirt, cambio de pilas en el MP3 y directo al auto con dirección al pentagonito, meca de todos los caminantes y corredores habituales de Surco y San Borja. El estiramiento de rigor y a volar joven, tratando de cubrir los 4.2 km. de la distancia en menos de 25 minutos. En los buenos tiempos, podía hacerlo en 18 minutos. Hoy, con 105 Kg. a cuestas y 10 años más no puedo forzar la máquina tan alegremente y comienzo a trotar despacio, tomando aire y sintiendo que si completo la vuelta sin desmayarme habré superado el Everest de mis flojeras y limitaciones.
A esa hora el lugar es un hervidero de gente que más o menos comparte las mismas preocupaciones. Un grupo de entusiastas jubiladas que hace aeróbicos bajo la batuta de un amanerado instructor, parejas o grupos pequeños de gente que camina o trota alrededor del circuito, grupos de ciclistas perfectamente equipados que circulan raudamente compitiendo entre ellos , un grupo nutrido de Perú Runner´s (la GCU del jogging) que trota al unísono , personas adultas, chicas regias, figurettis insoportables, gordos atormentados, todo bien vigilado, supervisado y ordenado por personal de la Municipalidad que brinda seguridad a deportistas y vehículos a lo largo de todo el trayecto.
Terminé el circuito en estado calamitoso, hacía como 4 meses que no le daba la vuelta ni a la ducha. Mientras me recuperaba y me estiraba para no agarrotarme y terminar caminando como Herman Munster pensaba en lo exitosas que son algunas experiencias municipales y comunales en nuestro país cuando se realizan, principalmente, con sentido común. Un lugar en donde se privilegia un objetivo común (el bienestar físico), en donde todos conviven en armonía, sin mirarse feo, con un orden y respeto por las reglas establecidas.
Al día siguiente quise repetir la experiencia pero en una hora menos lechucera y más distendida. Dejé a los chicos en el colegio y en medio del Ovalo de Higuereta sentí que el auto estaba fallando y que en las próximos minutos me podía quedar botado en medio del tráfico de hora punta. Opté por llevar el carro al taller que felizmente estaba cerca y lo dejé allí, a fin que hagan el diagnóstico de la falla. Y como estaba con ropa deportiva, decidí ir corriendo desde el taller (28 de la Tomás Marsano-Surco) hasta el Colegio Inmaculada, calculaba unos 25 minutos de trote, con posterior estirada y un taxi para la corta distancia que quedaba desde allí hasta mi casa. No era una mala idea, me gusta recorrer las calles, y trotar un rato era una buena y diferente forma que funcionaba muy bien en la teoría. Lamentablemente, la práctica se encargó de contradecir cualquier planificación. El límite entre Surco y San Juan de Miraflores es una suerte de parafernalia informal en donde abundan combis asesinas, negocios informales, un puesto ambulante de golosinas o comida por cada metro cuadrado invadido, pirañas achoradas, omnibuses conducidos por choferes negligentes, una contaminación ambiental, visual y auditiva exorbitante y la inexistencia absoluta de un contrato social entre todos los que cohabitan en dicho espacio. Es un sálvese quien pueda y punto regido por la ausencia de la ley, iluminado por filamentos de neón y enmarcado dentro de una dudosa (inexistente debería agregar) concepción urbanística. Sin dar mayores detalles comentaré que como consecuencia de mi safari urbano a lo Forrest Gump estuve a punto de ser arrollado dos veces por combis que me pasaron rozando, casi me doblo el tobillo trastabillando entre veredas rotas y terrales infames y que un número aproximado de 30 perros vagos se turnaron en postas para hacerme la vida menos placentera y hacer realidad el sueño de la pierna humana propia. Nadie caminaba, nadie trotaba alrededor, todos andaban apurados, alertas, pendientes del próximo transporte, de cómo cruzar la pista por cualquier lado, sin preocuparse si al costado alguien gritaba, era asaltado o necesitaba algo. La modernidad, que duda cabe, en adaptación libre y recargada representada por la cultura combi. Cuando llegué a la puerta del Colegio Inmaculada no sabía si sentirme bien por haber corrido sin parar más de 30 minutos o agradecer a alguien por no haber sido ni asaltado, atropellado ni mordido por una piara de canes hambrientos. Lo más justo hubiera sido pegarme un par de cabezazos contra el muro del colegio por tarado y aventurero.
No faltará quien diga que solo a un lunático se le ocurre hacer deporte a bordo de un MP3 en un cruce tan caótico como peligroso y les doy toda la razón del mundo. Pero como siempre soy uno de los que ve el vaso medio lleno y no medio vacío, traté de aprovechar la situación experimentada para explicarme mejor el país, tarea que para algunos parece ser harto difícil en estos días. En primer lugar, no es una sorpresa constatar el modus vivendi que impera en los mal llamados conos (habida cuenta que son parte integrante de la ciudad). Los descendientes de emigrantes que tradicionalmente han ocupado los espacios marginales de la ciudad no solo ostentan el status de sector económico emergente sino que han “oficializado” de algún modo sus costumbres y formas de vida en los ámbitos donde se desenvuelven. El movimiento económico alrededor de estas zonas es impresionante, sin embargo, siguen siendo mirados por encima del hombro por sus pares limeños, como una especie de ciudadanos de 2da categoría quienes solo pueden acceder al guetto urbano de la GCU mediante un formidable cambio de situación económica. Si esto pasa en la ciudad y existe tanta diferencia en lugares que tan solo estan ubicados a 10 minutos de distancia ya podemos imaginar la percepción que una minoría “ilustrada” en Lima tiene del país y de la situación de sus connacionales ubicados en el interior del país y alejados social, cultural y geográficamente del país “oficial”. Una percepción incómoda, de lastre y a menudo utilitaria.” Que bonita es la sierra, se vería mejor sin serranos”, “El paisaje precioso pero hay mucho indio pobre”,”El problema de este país maravilloso son los serranos, Chile y Argentina no tienen tantos y les va muy bien” etc.etc., son algunos de los lugares comunes que solemos escuchar como sesuda reflexión sobre la naturaleza de la problemática del país. Hoy en día, esas preocupaciones,independientemente de lo holgada o apretada que pueda ser la situación económica, se han vuelto dilemas existenciales (“Me largo del país”, “Los cholos nos van a quitar nuestras casas”, “Me van a quitar la casa de playa”,”Nos van a fusilar por ser blancos” etc.etc.) habida cuenta que el cachaco oportunista ha sabido captar el reclamo de mucha gente ignorada por el sistema y muchos se han dado cuenta que este sector es en buena cuenta una preocupante mayoría. Y acabaremos descubriendo, demasiado tarde quizás, los alarmantes niveles de desocupación, pobreza, desnutrición infantil y atraso lacerante en la que vive ese sector olvidado de peruanos.
Yo no voy a votar por el APRA, tampoco lo haré por el cachaco mediocre. Puede que mi posición sea criticable, pero nadie me va a obligar a votar por un megalómano cleptócrata como García, menos por un aventurero peligroso como Humala. Al fin y al cabo, prefiero ser yo y mi circunstancia que un rebaño más de cualquiera de las dos piaras. Y que no me vengan con que hay que elegir a la democracia. En eso debieron ponerse a pensar antes de inscribir 24 candidatos a la presidencia, en una propuesta razonable, consensuada y común para sacar adelante al país, no en como subirse acomodaticiamente a un carro caudillista que no nos va a terminar llevando a ninguna parte.
Abrigo la esperanza que las condiciones globalizadas de la economía impidan que un eventual gobierno del cachaco perpetre un desmadre de lo que se ha avanzado hasta ahora. De la misma forma, espero que de una vez por todas la gran mayoría de peruanos que han tenido la oportunidad de educarse y que disfrutan de una situación medianamente estable(y que en realidad son una minoría frente al resto) puedan reconciliar de una buena vez la visión mediatizada y nebulosa que muchos de ellos tienen de la realidad nacional, única posibilidad viable de establecer las bases de una sociedad justa y un país sin fracturas. Y que la verdadera mayoría del país, aquella olvidada y menospreciada consuetudinariamente, pueda acceder en forma pacífica y tangible al mejoramiento urgente de sus condiciones de vida.
Yo, por mi parte, seguiré corriendo hasta donde el cuerpo y las ganas me den. Con la esperanza de poder mejorar mi calidad de vida y con el anhelo de poder llegar al día en que este país no nos apeste, no nos duela y no nos avergüence. Vana pretensión, el primer deseo, caro y urgente anhelo, el segundo.